Muchas mujeres viven situaciones económicas en la que ninguna desearíamos vernos porque un día confiaron en un hombre del que se enamoraron, confiaron hasta el punto de creer que todo lo que ambos poseían lo era a partes iguales.
Pasado el tiempo, cuando han decidido separarse de sus parejas, han descubierto que no tienen nada, NADA¡ Su patrimonio desapareció en manos de quién gestionó y manipuló sus cuentas sin su permiso (no lo necesitaba, eran gananciales…); además, en muchos casos, les han dejado con numerosas deudas que las han abocado al embargo de su nómina y de su domicilio por unos impagos que no generaron, mientras, quien les ha dejado en esa situación, ha visto crecer su economía de manera espectacular y legítima, según nuestro sistema.
Esto es Violencia Económica, como lo es que no te paguen puntualmente las pensiones alimenticias de las criaturas o que te fiscalicen hasta el último céntimo de lo que gastas.
Por supuesto, se da con mayor frecuencia en los casos en los que él se erige como proveedor con la disculpa de que “como es él quien lo gana, tiene mayor derecho a decidir”. Pero también se produce en parejas en las que ambas partes perciben retribución económica por sus empleos, parejas en las que hay que “pedir permiso” para realizar cualquier compra.
El modelo patriarcal desliga a las mujeres de la economía, sólo podemos manejar lo pequeño e ínfimo, las monedas; y la asocia indefectiblemente al amor en el caso de las parejas: “si me hablas de dinero es que no me quieres”. Así dejamos nuestro dinero en manos del amor que, en muchas ocasiones, nos deja en la ruina.
Yolanda Núñez
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