¿Cuántas veces hemos oído decir que las mujeres somos nuestras peores enemigas?
Esta afirmación se refiere sobre todo al hecho de que, a veces, somos especialmente críticas entre nosotras, en concreto, con las mujeres que destacan en algún ámbito. Parece que como si tratáramos de diseccionar a nuestra “víctima”, buscando los fallos, como si le sacáramos punta a todo y nos molestara hasta el más intrascendente de los detalles.
Pero, ¿quién se ocupa de una niña hasta que es autónoma y se vale por si misma? ¿Quién se levanta por las noches cuando se despierta? ¿Quién se queda a su lado cuando está enferma? ¿Quién le cuenta los cambios que su cuerpo va a experimentar en la pubertad? En la mayoría de las ocasiones una mujer: su madre, su abuela, una hermana, una amiga.
Cuando una mujer da a luz, ¿quién está a su lado durante esos días, pendiente de atender sus necesidades, de aconsejarla sobre las nuevas tareas? En la mayoría de las ocasiones otra mujer: su madre, una hermana, una amiga.
Cuando una mujer se hace mayor y necesita cuidados, ¿quién se ocupa de ella? En la mayoría de las ocasiones otra mujer: una hija, una nuera, una hermana, una sobrina, una vecina.
¿Quién se ha ocupado de reivindicar los derechos de todas las mujeres? ¿De pedir el derecho al voto, de condenar la violencia machista, de exigir la igualdad? Grupos minoritarios de sufragistas, de feministas, de mujeres comprometidas, dispuestas a enfrentarse con el mundo para mejorar la situación de todas las mujeres.
Durante siglos, las mujeres nos hemos responsabilizado de cuidar a otras mujeres. A las niñas, a las mujeres enfermas, a las mujeres discapacitadas, a las mujeres mayores…
En el último siglo, grupos de mujeres se han echado a la calle, han desafiado a lo establecido, han arriesgado su libertad, para luchar por los derechos de todas las mujeres.
¿Esto no tiene valor? ¿Esto lo hace una enemiga?
Esta afirmación se refiere sobre todo al hecho de que, a veces, somos especialmente críticas entre nosotras, en concreto, con las mujeres que destacan en algún ámbito. Parece que como si tratáramos de diseccionar a nuestra “víctima”, buscando los fallos, como si le sacáramos punta a todo y nos molestara hasta el más intrascendente de los detalles.
Pero, ¿quién se ocupa de una niña hasta que es autónoma y se vale por si misma? ¿Quién se levanta por las noches cuando se despierta? ¿Quién se queda a su lado cuando está enferma? ¿Quién le cuenta los cambios que su cuerpo va a experimentar en la pubertad? En la mayoría de las ocasiones una mujer: su madre, su abuela, una hermana, una amiga.
Cuando una mujer da a luz, ¿quién está a su lado durante esos días, pendiente de atender sus necesidades, de aconsejarla sobre las nuevas tareas? En la mayoría de las ocasiones otra mujer: su madre, una hermana, una amiga.
Cuando una mujer se hace mayor y necesita cuidados, ¿quién se ocupa de ella? En la mayoría de las ocasiones otra mujer: una hija, una nuera, una hermana, una sobrina, una vecina.
¿Quién se ha ocupado de reivindicar los derechos de todas las mujeres? ¿De pedir el derecho al voto, de condenar la violencia machista, de exigir la igualdad? Grupos minoritarios de sufragistas, de feministas, de mujeres comprometidas, dispuestas a enfrentarse con el mundo para mejorar la situación de todas las mujeres.
Durante siglos, las mujeres nos hemos responsabilizado de cuidar a otras mujeres. A las niñas, a las mujeres enfermas, a las mujeres discapacitadas, a las mujeres mayores…
En el último siglo, grupos de mujeres se han echado a la calle, han desafiado a lo establecido, han arriesgado su libertad, para luchar por los derechos de todas las mujeres.
¿Esto no tiene valor? ¿Esto lo hace una enemiga?
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