La antropología ha definido el patriarcado como un sistema de organización social en el que los puestos clave de poder (político, económico, religioso y militar) se encuentran, exclusiva o mayoritariamente, en manos de varones. Ateniéndose a esta caracterización, se ha concluido que todas las sociedades humanas conocidas, del pasado y del presente, son patriarcales. Se trata de una organización histórica de gran antigüedad que llega hasta nuestros días.
Durante tantos siglos de hegemonía masculina, han sido muchos los mecanismos que el patriarcado ha puesto en marcha para mantener a las mujeres lejos de los círculos de decisión. Los más obvios, impedir el acceso a la cultura y el aprendizaje y negar a las mujeres los derechos más elementales como personas.
Otros, más sutiles, como generar rivalidad entre las propias mujeres para que se identifiquen como enemigas antes que reconocerse como pares, haciéndolas más proclives a colocarse al lado de los varones que del de las propias mujeres; la discriminación convirtiendo diferencias naturales en desigualdades sociales; la invisibilización de todo lo relacionado con las mujeres, convirtiéndolo en tareas menores realizadas en espacios privados; la supuesta inferioridad, por tener menos facultades; la dependencia, al ser complementarias a los hombres no podemos desarrollarnos de manera integral; el menosprecio, ese ninguneo resultado de la prepotencia masculina; la sujeción, por la que nos vemos obligadas a seguir instrucciones de quienes son superiores en el mando.
Hemos sido capaces de acceder al conocimiento y las leyes ya nos reconocen como ciudadanas de pleno derecho, pero hay más cosa por hacer… Alcanzar la libertad para elegir nuestras vidas; obtener el reconocimiento propio y colectivo de nuestras posibilidades; tener autonomía para desarrollarnos; ser ciudadanas de pleno derecho en condiciones igualitarias socialmente; hacernos visibles, salir a los espacios públicos y rescatar a las mujeres de los silencios del pasado; vivir en una sociedad justa y equitativa; y, sobretodo, practicar la soridad, la solidaridad y concordia entre mujeres, que implica un reconocimiento mutuo, plural y colectivo.
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