Este blog, para las mujeres de Enclave es, sin lugar a dudas, nuestro "cuaderno de Bitácora", pero el artículo de Imanol Villa publicado ayer, 21 de septiembre, en el Correo Digital, merece una mención especial. Está cargado de sensibilidad y sentimiento. Así que, a continuación copiado textualmente.
Lo peor en cuando la muerte se convierte en costumbre. Una más. Ya son 38, 39, 40, 41... Ésas son las muertas. Las desaparecidas sin meter ruido. Las asesinadas con saña. Mujeres sobre mujeres. Víctimas de bestias repugnantes de los que jamás habría que volver a repetir su nombre. Todas ellas son titulares de primera página. Causa y consecuencia y, al mismo tiempo, enorme carga sobre una conciencia social que no sabe -quizás no quiera-, reconocer que aún no se hace lo suficiente para detener semejante matanza. Aunque una vez muerta y enterrada, olvidada entre las páginas de periódicos abandonados y perdida entre las ondas de boletines radiofónicos y noticiarios televisivos, todo parece volver a su sitio y el maltratador -maldito entre los malditos- continúa con su tarea encarnado en hombres, en cualquiera de esos con los que nos cruzamos todos los días y que, a veces, si resulta ser un vecino, conocido o amigo, nos parece un ser normal. Demasiado normal y hasta tierno como para esconder entre sus ropajes a un asesino. Pero es un asesino. Y quizás alguien sepa algo, pero calla. Se guarda silencio. ¿Miedo? ¡Qué nos importa la vida de esos vecinos, conocidos o amigos que son asesinos! Y se le deja hacer un día y otro mientras desgasta a su víctima, la humilla, la derrota hasta límites incomprensibles para la razón. Es su juego preferido. Someterla hasta controlarla cada segundo de su vida. De una vida que no es suya porque el asesino se la reclama de manera constante. Es su propiedad, su objeto preferido a través del cual se siente hombre.
Lo peor en cuando la muerte se convierte en costumbre. Una más. Ya son 38, 39, 40, 41... Ésas son las muertas. Las desaparecidas sin meter ruido. Las asesinadas con saña. Mujeres sobre mujeres. Víctimas de bestias repugnantes de los que jamás habría que volver a repetir su nombre. Todas ellas son titulares de primera página. Causa y consecuencia y, al mismo tiempo, enorme carga sobre una conciencia social que no sabe -quizás no quiera-, reconocer que aún no se hace lo suficiente para detener semejante matanza. Aunque una vez muerta y enterrada, olvidada entre las páginas de periódicos abandonados y perdida entre las ondas de boletines radiofónicos y noticiarios televisivos, todo parece volver a su sitio y el maltratador -maldito entre los malditos- continúa con su tarea encarnado en hombres, en cualquiera de esos con los que nos cruzamos todos los días y que, a veces, si resulta ser un vecino, conocido o amigo, nos parece un ser normal. Demasiado normal y hasta tierno como para esconder entre sus ropajes a un asesino. Pero es un asesino. Y quizás alguien sepa algo, pero calla. Se guarda silencio. ¿Miedo? ¡Qué nos importa la vida de esos vecinos, conocidos o amigos que son asesinos! Y se le deja hacer un día y otro mientras desgasta a su víctima, la humilla, la derrota hasta límites incomprensibles para la razón. Es su juego preferido. Someterla hasta controlarla cada segundo de su vida. De una vida que no es suya porque el asesino se la reclama de manera constante. Es su propiedad, su objeto preferido a través del cual se siente hombre.
Los números sólo designan muertas para siempre. Pero las hay que ya están muertas a mano de su asesino al que le tienen miedo, mucho miedo. Es terror. Y por eso mueren en vida cuando se percatan de que nadie puede ayudarles. Se derrotan ante un hombre al que una vez amaron hasta la muerte. Pero el hombre, su hombre, su asesino, la odia. La odia tanto que no dudaría en matarla. No existe ningún hombre en este mundo que pueda llegar a sentir, aunque sólo sea durante un segundo, el pánico de una mujer cuando siente que su asesino está cerca. Tan cerca que duerme con ella.
Posiblemente, aún no exista nadie que pueda explicar un porqué convincente de esta enorme matanza. ¿Frustrados? ¿Fracasados? ¿Retrasados? ¿Pobres? ¿Ricos? ¿Parados? ¿Trabajadores? ¿Inmigrantes? ¿Qué hay detrás de la mente de un hombre que lo convierte en asesino de aquélla a la que dijo que amaba? Posiblemente, haya una sociedad en la que el hombre aún es el encargado de modelarla a su imagen y en la que la educación de los más pequeños aún se rige por las diferencias entre sexos. Y así, se establece, casi sin darnos cuenta, que las mujeres están en este mundo para satisfacer a los hombres. ¿Será esa la razón que alimenta a la bestia? No lo sé. A buen seguro hay muchas más. Demasiadas, aunque no dudo de que la solución está en nuestras manos. Por eso quizás, durante unos minutos, debiéramos mirar a nuestras hijas y a nuestros hijos y prometernos que tenemos que acabar de una vez por todas con esta horrible matanza.
Preguntemonos todos y todas, a nivel individual ¿ Qué es lo que hago yo personalmente en contra del maltrato que percibo a mi alrededor ?.
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