lunes, 28 de enero de 2008

Poder y Empoderamiento

(Fuente:CEP-Centro de Estudios y Publicaciones Alforja (Costa Rica)

La IV Conferencia de la Mujer, celebrada en Pekín, trató sobre uno de los temas fundamentales del presente y el futuro: el avance de las mujeres y su protagonismo en el cambio estructural de la sociedad.
En Pekín se produjo un avance sin precedentes para las mujeres, pues la comunidad internacional tomó definitiva conciencia de que la sociedad del futuro y el pleno desarrollo económico y social no se producirán sin contar con la participación plena de las mujeres.
En la Conferencia de Pekín se produjo un salto cualitativo importante con relación a Conferencias Mundiales de la Mujer previas (México, 1975; Copenhague, 1980; Nairobi, 1985), ya que hasta entonces fueron encuentros de las mujeres, o encuentros para tratar las cuestiones que afectaban a las mujeres. Las mujeres eran las únicas destinatarias de las líneas de actuación que se enmarcaban o de las medidas propuestas. A partir de Pekín, se considera que el cambio de la situación de la mujer afecta a la sociedad en su conjunto y se considera, por primera vez, que su tratamiento no puede ser sectorial y tiene que integrarse en el conjunto de políticas.
Se consolida el término empowerment (empoderamiento).

Por primera vez se consolida la idea de la potenciación de las mujeres en la sociedad, la idea del empoderamiento, de la necesidad de que las mujeres contribuyan en plenitud de condiciones y de capacitación para la construcción de la sociedad. El empoderamiento, esa potenciación del papel de la mujer, pasa, desde luego, por tres elementos clave que fueron desarrollados en Pekín y totalmente aceptados como ejes fundamentales del avance de las mujeres en la sociedad: los derechos humanos, la salud sexual y reproductiva y la educación.
A partir de ahí se trata de potenciar la participación de las mujeres, en igualdad de condiciones, con los hombres en la vida económica y política, y en la toma de decisiones a todos los niveles.

ANTECEDENTES
A mediados de los años 8O las teóricas y activistas feministas presentes en las agencias de desarrollo internacional, propusieron y adoptaron un nuevo enfoque, el enfoque GED (Género en el Desarrollo), para dar respuesta al cuestionamiento por parte de las mujeres del Sur de los enfoques y estrategias de la cooperación al desarrollo del momento. Este nuevo enfoque propone un acercamiento al desarrollo que reconozca la importancia de las iniquidades y desigualdades de género, pero también otras relaciones desiguales de poder (por raza, clase, edad, orientación sexual, discapacidad, relaciones Norte / sur...).
Se trata de un nuevo modelo de desarrollo centrado en la persona, sostenible e igualitario, que exige una redistribución del poder a todos los niveles y en todos los sectores. El enfoque GED adopta así el empoderamiento de las mujeres, entendido como aumento de poder para, poder con y poder desde (en contraposición al poder sobre), como estrategia y objetivo del desarrollo.
Se entiende que el empoderamiento, por su carácter transformador, busca, no sólo una mejora de la condición de las mujeres a través de la satisfacción de sus intereses prácticos, sino también, una mejora de su posición en las relaciones de género a través de la satisfacción de sus intereses estratégicos.
El enfoque GED es el que inspiró y enmarcó la Declaración y la Plataforma de Acción (PdA) de Beijing de 1995, así como los compromisos internacionales posteriores en la materia. Entre los actores tradicionales de la agenda del desarrollo humano, un documento clave para el cambio de paradigma fue el Informe de Desarrollo Humano del PNUD de 1995, que reconocía la desigualdad de género como una de las desigualdades más persistentes y que sostenía que el empoderamiento de las mujeres debía ser parte sustancial del paradigma del desarrollo humano sostenible. Posteriormente, en el año 2000, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) incluyeron el Objetivo 3 que explicita el logro de la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres.
Actualmente, la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres se reconocen como piedras angulares de la lucha contra la pobreza, el desarrollo humano sostenible y, por ende, de la buena gobernabilidad.

PODER Y TOMA DE DECISIONES
El derecho de las mujeres a participar en el poder y la toma de decisiones fue una de las primeras reivindicaciones de las mujeres a título individual y, de forma articulada, del movimiento feminista. Ya en 1791, Olympe de Gouges reconocía y declaraba que “la mujer tiene el derecho de subir al cadalso; debe tener también igualmente el (derecho) de subir a la Tribuna con tal que sus manifestaciones no alteren el orden público establecido por la Ley.” Dos siglos más tarde, el derecho de las mujeres a la participación en los procesos e instancias de toma de decisiones sociales, políticas y económicas a todos los niveles y en los distintos sectores aparece consagrado en diversos instrumentos internacionales: la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948); la Convención sobre los Derechos Políticos de las Mujeres (1952); el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos (1966); y la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres (1979), entre otros.
En 1995, la Plataforma de Acción (PdA) de la IV Conferencia Mundial de las Mujeres de Beijing identificó la participación plena de las mujeres en el ejercicio del poder como una de sus esferas de especial preocupación, reconociéndola, al igual que la incorporación de sus puntos de vista a todos los niveles de la toma de decisiones, como imprescindible para la consecución de los objetivos de igualdad, desarrollo y paz.
Desde entonces, distintas resoluciones, campañas y pronunciamientos han venido a reforzar y/o completar la PdA de Beijing en este punto, convirtiendo la participación de las mujeres en el poder y la toma de decisiones en un asunto prioritario en la agenda de las mujeres y del desarrollo a todos los niveles: local, nacional, regional e internacional. En este sentido, la Declaración del Milenio (septiembre 2000) reafirma la centralidad de la participación de las mujeres en el desarrollo y declara, por primera vez, la urgencia de promover la igualdad de género y el logro del empoderamiento de las mujeres como las formas más efectivas para combatir la pobreza, el hambre y las enfermedades y para estimular el desarrollo verdaderamente sostenible.
Sin embargo, a pesar del reconocimiento formal del derecho de las mujeres a participar en pie de igualdad con los hombres en el poder y la toma de decisiones, éstas continúan estando desigualmente representadas a todos los niveles y en todos los sectores. Las estadísticas evidencian esta subrepresentación y numerosos estudios intentan explicarla apuntando que las dinámicas, los tiempos, los procedimientos y la cultura ‘masculina’ imperantes no favorecen a las mujeres, sobre todo por sus responsabilidades domésticas nada o poco compartidas.
Diferenciar los tipos de poder existentes es una herramienta para comprender los alcances del empoderamiento. En su artículo Rowlands diferencia Cuatro clases de poder con base, en buena medida, en la obra de Lukes-Power: A Radical View (1974). La primera clase -el poder sobre- es un poder de suma cero, en el que el aumento de poder de una persona implica la pérdida de poder de otra. Los otros tres poderes --poder para, poder con y poder desde dentro--- se definen como poder de suma positiva, debido a que el incremento de poder de una persona incrementa el poder total disponible.

Poder “sobre”. El poder “sobre...” es el más familiar y común y, en general, cuando se habla de relaciones de poder, se piensa en este tipo. Representa la habilidad de una persona para hacer que otras actúen en contra de sus deseos: es la capacidad de un actor de afectar los resultados, aun en contra de los intereses de los demás, es decir, es una capacidad interpersonal en la toma de decisiones. Este tipo de poder controlador suele manifestarse en la toma de decisiones en conflictos abiertos u observables, pero también puede estar presente en procesos en los que se suprimen algunos conflictos con el fin de evitar su discusión abierta, lo cual limita su aparición en las agendas. Cuando la relación se da en un conflicto observable, el poder está del lado de quien se impone en la decisión. El conflicto puede darse entre personas o entre grupos de cualquier tipo. Puede llegar a expresarse con violencia o fuerza, o tomar la forma de omitir u otorgar recursos para lograr lo deseado.
Según Batliwala, las decisiones que confieren el poder sobre se toman con relación a bienes y recursos, que pueden ser materiales (físicos, financieros, de tierra, de agua, del cuerpo o del trabajo), intelectuales (conductas, información e ideas) o ideológicos (creencias, valores y actitudes). El hecho de que en el tipo de poder sobre los conflictos no siempre son observables o públicos y las decisiones no siempre son visibles y transparentes es fundamental, puesto que llama la atención sobre lo siguiente: el poder no sólo se da en la toma de decisiones sino también en lo suprimido, en aquello que no se toma en cuenta en la decisión y ni siquiera entra en la negociación.
Así que el poder sobre también se expresa en la capacidad de decidir sobre qué se decide. En este caso no se observa el conflicto porque no se permite que se manifieste. No tomar decisiones, dejar de hacer algo, no objetar, también implica la presencia del poder, y a esto se le denomina poder invisible. Riger (quien cita a Hollander y Offerman) explica que ello significa que el poder puede ser de dominación implícita o explícita. Así, coerción, manipulación e información sesgada o falsa también son espacios del poder sobre, caracterizados por no permitir el surgimiento del conflicto abierto.
Lukes habla de otra dimensión del poder sobre: presente cuando hay tensiones latentes debido a la negación de intereses reales, aunque éstos no sean reconocidos por las personas involucradas. A diferencia de los tipos de poder sobre, referidos atrás; en este caso, los intereses no son fácilmente identificables, al punto que se puede ser inconsciente de sus propios intereses. Young indica que "la falta de poder no sólo impide que aquellos que carecen de poder puedan ubicar en la agenda sus demandas, sino que, con frecuencia, hace imposible la articulación de estas demandas". Esta forma de poder se da sobre aspectos no discernibles en la superficie, pero que son elementos de insatisfacción latente.

Poder para. Este poder sirve para incluir cambios por medio de una persona o grupo líder que estimula la actividad en otros e incrementa su ánimo. En esencia es un poder generativo o productivo aunque puede haber resistencia y manipulación. Permite compartir el poder y favorece el apoyo mutuo. Es importante para que se expresen los potenciales y se logre construir, individual o colectivamente, la propia agenda. Es un poder creativo o facilitador que abre posibilidades y acciones sin dominación, es decir, sin uso del poder sobre. Su resultado es la generación de un amplio rango de alternativas y potencialidades humanas.

Poder con. Este poder se aprecia especialmente cuando un grupo presenta una solución compartida a sus problemas. Se refiere a que el todo puede ser superior a la sumatoria de las partes individuales.
Poder desde dentro o poder del interior. Este poder representa la habilidad para resistir el poder de otros mediante el rechazo a las demandas indeseadas. Ofrece la base desde la cual construir a partir de sí mismo. Incluye el reconocimiento y análisis de los aspectos por medio de los cuales se mantiene y reproduce la subordinación de las mujeres, lo cual se logra con base en la experiencia. Es el poder que surge del mismo ser y no es dado o regalado.


EMPODERAMIENTO
La mujer ha sido objeto principalmente de las diferentes clases de poder sobre, en particular del poder latente e invisible, y es por ello que se dice que está en situación de desempoderamiento. Pero no podemos decir que la mujer ha carecido de poder, sino más bien que su situación social expresa poco poder y que el que ostenta se da dentro de limitaciones sociales muy rígidas. Es el caso del poder de lo privado y en la familia. Empoderar a la mujer con una nueva concepción de poder es apoyar procesos que generen poder de tipo suma positiva.
¿Pero es posible empoderar a otras personas? ¿Es la noción de empoderamiento a otros contradictoria con el concepto mismo? Hay que enfatizar que no hay fórmula mágica o diseño infalible para el Empoderamiento, que no hay receta única ni modelo prescriptivo. El empoderamiento no es un proceso lineal con un inicio y un fin definidos de manera igual para las diferentes mujeres o grupos de mujeres. EI empoderamiento es diferente para cada individuo o grupo según su vida, contexto e historia y según la localización de la subordinación en lo personal, familiar, comunitario, nacional, regional y global.
Hay también coincidencia entre las autoras en plantear que el empoderamiento representa un desafío a las relaciones de poder existentes y que busca obtener mayor control sobre las fuentes de poder. Se señala que el empoderamiento conduce a lograr autonomía individual, a estimular la resistencia, la organización colectiva y la protesta mediante la movilización. En suma, los procesos de empoderamiento son, para las mujeres, un desafío a la ideología patriarcal con miras a transformar las estructuras que refuerzan la discriminación de género y la desigualdad social.
El empoderamiento, por lo tanto, se entiende como un proceso de superación de la desigualdad de género. Se busca que las mujeres reconozcan que hay una ideología que legitima la dominación masculina y que entiendan que esta ideología perpetúa la discriminación. Si la subordinación ha sido vista por la ideología patriarcal como natural, es difícil que el cambio parta espontáneamente de la condición de subordinación.
En este sentido el empoderamiento es inducido y de allí la importancia de crear conciencia de la discriminación de género. Ello significa que las mujeres modifiquen la imagen de sí mismas y las creencias sobre sus derechos y capacidades y desafíen los sentimientos de “inferioridad”. Facilitar las condiciones que permitan o induzcan estos cambios es el papel de los agentes externos.
El empoderamiento se proyecta como herramienta que permitirá en este siglo XXI “mirar al mundo con ojos de mujer”, como se señaló en el lema del camino a Beijing o IV Conferencia Mundial de la Mujer celebrada en 1995.
Empoderamiento: proceso por el cual las personas fortalecen sus capacidades, confianza, visión y protagonismo como grupo social para impulsar cambios positivos de las situaciones que viven.

La filosofía del empoderamiento tiene su origen en el enfoque de la educación popular, desarrollada a partir del trabajo en los años 60 de Paulo Freire, estando ambas muy ligadas a los denominados enfoques participativos, presentes en el campo del desarrollo desde los años 70.
Aunque el empoderamiento es aplicable a todos los grupos vulnerables o marginados, su nacimiento y su mayor desarrollo teórico se ha dado en relación a las mujeres. Su aplicación a éstas fue propuesta por primera vez a mediados de los 80 por DAWN (1985), una red de grupos de mujeres e investigadoras del Sur y del Norte, para referirse al proceso por el cual las mujeres acceden al control de los recursos (materiales y simbólicos) y refuerzan sus capacidades y protagonismo en todos los ámbitos. Desde su enfoque feminista, el empoderamiento de las mujeres incluye tanto el cambio individual como la acción colectiva e implica la alteración radical de los procesos y estructuras que reproducen la posición subordinada de las mujeres como género.
Desde entonces el término “empoderamiento” ha ampliado su campo de aplicación. Por un lado, de su inicial utilización exclusivamente en los análisis de género, ha pasado a aplicarse al conjunto de colectivos vulnerables, habiendo adquirido una amplia utilización en los estudios sobre el desarrollo, el trabajo comunitario y social, o la cooperación para el desarrollo. Por otro lado, si originariamente el concepto era patrimonio de los movimientos de mujeres, después ha comenzado a ser utilizado también por las agencias de desarrollo, las naciones unidas, el banco mundial o algunos estadistas.
Sin embargo, para cada cual el significado del empoderamiento es diferente. Para estos nuevos usuarios del término el empoderamiento significa un incremento de la capacidad individual para ser más autónomo y autosuficiente, depender menos de la provisión estatal de servicios o empleo, así como tener más espíritu emprendedor para crear microempresas y empujarse a uno mismo en la escala social. También implica mejorar el acceso tanto a los mercados como a las estructuras políticas, con el fin de poder participar en la toma de decisiones económicas y políticas. En definitiva, supone en realidad un proceso que lleva a una forma de participación, pero que no cuestiona las estucturas existentes.

Por el contrario, la visión de los grupos de mujeres y otros movimientos sociales va más allá. El empoderamiento sería una estrategia que propicia que las mujeres, y otros grupos marginados, incrementen su poder, esto es, que accedan al uso y control de los recursos materiales y simbólicos, ganen influencia y participen en el cambio social. Esto incluye también un proceso por el que las personas tomen conciencia de sus propios derechos, capacidades e intereses, y de cómo éstos se relacionan con los intereses de otras personas, con el fin de participar desde una posición más sólida en la toma de decisiones y estar en condiciones de influir en ellas.
En este sentido, Friedman (1992) señala que el empoderamiento está relacionado con el acceso y control de tres tipos de poderes:
a) el social, entendido como el acceso a la base de riqueza productiva.
b) el político, o acceso de los individuos al proceso de toma de decisiones, sobre todo aquellas que afectan a su propio futuro.
c) el sicológico, entendido en el sentido de potencialidad y capacidad individual.
De forma similar, Rowlands (1997) señala tres dimensiones:
a) la personal, como desarrollo del sentido del yo, de la confianza y la capacidad individual.
b) la de las relaciones próximas, como capacidad de negociar e influir en la naturaleza de las relaciones y las decisiones.
c) la colectiva, como participación en las estructuras políticas y acción colectiva basada en la cooperación.
Como se puede apreciar, el empoderamiento tiene fundamentalmente una dimensión individual y otra colectiva. La individual implica un proceso por el que los excluidos eleven sus niveles de confianza, autoestima y capacidad para responder a sus propias necesidades. Muchas veces, las mujeres y otros marginados tienen interiorizados los mensajes culturales o ideológicos de opresión y subordinación que reciben respecto a sí mismos, en el sentido de que carecen de voz o de derechos legítimos, lo que redunda en su baja autoestima y estatus. Trabajar por su empoderamiento implica, en primer lugar, ayudarles a recuperar su autoestima y la creencia de que están legitimados a actuar en las decisiones que les conciernen. Este proceso de concienciación puede ser largo y difícil, por lo que a veces las organizaciones de ayuda se ven tentadas de trabajar no con más excluidos, sino con aquellos colectivos con un mínimo de conciencia y organización, para reducir el riesgo de fracaso.
La dimensión colectiva del empoderamiento se basa en el hecho de que las personas vulnerables tienen más capacidad de participar y defender sus derechos cuando se unen con unos objetivos comunes( por ejemplo: las mujeres que se agrupan para exigir títulos de propiedad, los campesinos que ocupan haciendas improductivas, o los vecinos que reclaman canalizaciones de agua en su barrio ). Es interesante señalar que, con frecuencia, el agrupamiento en torno a un proyecto concreto y limitado (pozos de agua, microcréditos) puede dar pie a un proceso de empoderamiento, consistente en la toma de conciencia sobre la situación de injusticia u opresión en la que se vive (desigual acceso social al agua, prácticas abusivas de los usureros, etc.) y la consiguiente búsqueda del cambio. En este sentido, Moser (1991) señala que las organizaciones de mujeres más efectivas en los países en desarrollo son las surgidas en torno a necesidades prácticas de las mujeres en el campo de la salud, el empleo o la provisión de servicios básicos, necesidades que dieron pie a alcanzar otros intereses estratégicos de género identificados por las propias mujeres (ver género, intereses y necesidades de).
Como decíamos, el empoderamiento ha alcanzado su mayor desarrollo en los estudios relativos al género. De entre los diversos enfoques de políticas hacia las mujeres, la estrategia denominada Género en el desarrollo ha sido la que más ampliamente ha incorporado el concepto de empoderamiento como proceso de cambio en el que las mujeres van aumentando su acceso al poder, y cuya consecuencia es la transformación de las relaciones desiguales entre los géneros[Género: Capacitación de; Género: cultura y desarrollo; Género: Igualdad de; Género: Intereses y necesidades de; Género y salud; Género: Marcos para el análisis de; Género: Políticas de , Género: Roles de ], a medida que las mujeres adquieren y ejercen sus derechos a satisfacer sus intereses prácticos y estratégicos (ver género: intereses y necesidades de).


Desde esta perspectiva, el empoderamiento de las mujeres, y lo mismo podría decirse para otros sectores, implica:
a) La toma de conciencia sobre su subordinación y el aumento de la confianza en sí mismas (“poder propio”).
b) La organización autónoma para decidir sobre sus vidas y sobre el desarrollo que desean (“poder con”).
c) La movilización para identificar sus intereses y transformar las relaciones, estructuras e instituciones que les limitan y que perpetúan su subordinación (“poder para”).
Esta manera de entender el empoderamiento de las mujeres no identifica el poder en términos de dominación sobre otros, sino como el incremento por las mujeres de su autoestima, capacidades, educación, información y derechos; en definitiva, como el control de diversos recursos fundamentales con objeto de poder influir en los procesos de desarrollo:
a) Recursos materiales: físicos, humanos o financieros (el agua, la tierra, las máquinas, los cuerpos, el trabajo y el dinero).
b) Recursos intelectuales: conocimientos, información, ideas.
c) Ideología: facilidades para generar, propagar, sostener e institucionalizar creencias, valores, actitudes y comportamientos.
Desde esta perspectiva, Longwe y Clarke (1994) han elaborado un marco analítico denominado Marco de Igualdad y Empoderamiento de las Mujeres (ver género: marcos para el análisis de), el cual establece cinco niveles de igualdad entre las mujeres y los hombres, cuyo logro mide el nivel de desarrollo y empoderamiento de las mujeres en cualquier área de la vida económica y social. Esos cinco niveles se refieren a:
- bienestar material
- el acceso a los factores productivos
- la conciencia de género
- la participación en las decisiones
- el control sobre recursos y beneficios.

Estas autoras plantean que existe una relación dinámica y sinérgica entre estos cinco niveles de igualdad, de modo que se refuerzan mutuamente. Es decir, el poder adquirido por las mujeres en el acceso a los recursos motiva una mayor conciencia de género; esta conciencia da el impulso necesario para una mayor participación en la toma de decisiones, la cual promueve un mayor control sobre recursos y beneficios, lo que significa que las mujeres tienen, junto con los hombres, el poder de influir en su destino y en el de sus sociedades. Según este marco de análisis y planificación, los cinco niveles de igualdad deben estar presentes en un proyecto de desarrollo para que éste pueda contribuir a la superación de la desigualdad de género.

Gráfica del ciclo de empoderamiento de las mujeres


La aparición y la evolución del término “empoderamiento” se han dado en el marco de un cuestionamiento del concepto convencional de “desarrollo”, visto como mero crecimiento económico. De este modo, el empoderamiento guarda una estrecha relación con el enfoque del desarrollo humano, entendido como un incremento de las capacidades de las personas (Naresh y Vangik, 1995), y con varias dimensiones emparentadas con éste: la participación comunitaria, la toma colectiva de decisiones, el buen gobierno, etc. En este sentido, como dicen Keller y Mbwewe en Moser, 1991, el desarrollo sería un proceso de empoderamiento, es decir, “el proceso mediante el cual las personas llegan a ser capaces de organizarse para aumentar su propia autonomía, para hacer valer su derecho independiente a tomar decisiones y a controlar los recursos que les ayudarán a cuestionar y a eliminar su propia subordinación”.
En otras palabras, el empoderamiento consiste en un proceso de reducción de la vulnerabilidad y de incremento de las propias capacidades de los sectores pobres y marginados, que conduce a promover entre ellos un desarrollo humano y sostenible.
Por otro lado, el objetivo del empoderamiento encierra importantes retos para las organizaciones que trabajan en el campo de la cooperación para el desarrollo. En primer lugar, antes de diseñar un proyecto es necesario realizar un análisis de las dinámicas y relaciones socioeconómicas que generan vulnerabilidad y falta de poder, de forma que se puedan interpretar las aspiraciones de la gente en un contexto más amplio. Como resultado, la intervención tendrá que enfatizar unas veces objetivos materiales, y otras reivindicaciones de derechos. En segundo lugar, la propia filosofía del empoderamiento obliga a las agencias de ayuda no sólo a oír a las personas con las que trabajan, asumiendo sus percepciones y objetivos, sino a cederles el protagonismo, limitándose tales organizaciones a ser meras facilitadoras. El empoderamiento no es un bien que se pueda donar, sino un proceso dinámico del que la propia gente es protagonista mediante sus propios esfuerzos individuales y colectivos. En conclusión, para responder a ambos retos, el análisis de contexto y el protagonismo de la gente, la forma más adecuada de promover el empoderamiento es mediante enfoques participativos tales como el diagnóstico rural participativo.


CONDICIONES NECESARIAS PARA EL EMPODERAMIENTO

LLEVARÁN A INCREMENTAR LA CAPACIDAD DE RESPONDER A LOS CAMBIOS; A INNOVAR E INDUCIR EL CAMBIO
INDICADORES DEL DESARROLLO HUMANO
- AUTOCONFIANZA A NIVEL LOCAL
- ASERTIVIDAD CULTURAL
- ACCESO A LA PROPIEDAD ( TIERRA Y RECURSOS )
- AUTOSUFICIENCIA ALIMENTARIA
- ACCESO A INGRESOS; FACILIDADES DE CRÉDITO
- ACCESO AL CONOCIMIENTO Y HABILIDADES PARA LA FORMACIÓN Y RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS
- ACCESO A TECNOLOGÍAS APROPIADAS
- ESPACIOS DE PARTICIPACIÓN EN TODOS LOS ASPECTOS DE LA CONDUCTA HUMANA.
- MANTENIMIENTO DEL STOCK DE CAPITAL NATURAL CONSTANTE
- MANTENIMIENTO DE LA CAPACIDAD MEDIOAMBIENTAL
- MEJORA DE LA CALIDAD DE VIDA
- ANÁLISIS DEL SOBRE E INFRA CONSUMO EN EL MARCO DEL DESARROLLO ECONÓMICO
Fuente: Titi y Singh (1995)
Bibliografía
· Batliwala, S. (1983), Empowerment of Women in South Asia: Concepts and Practices, Asian-South Pacific Bureau of Adult Education and Freedom from Hunger Campaign, New Dehli.
· Boulding, K. (1993), Las tres caras del poder, Paidós, Barcelona.
· Craig, G. y M. Mayo (eds.) (1995), Community Empowerment: A Reader in Participation and Development, Zed Press, Londres.
· DAWN (Development Alternatives with Women for a New Era) (1985), Development, Crisis and Alternative Visions: Third World Women Perspectives, Delhi.
· Eade, D. (1997), Capacity-Building. An Approach to People-Centred Development, Oxfam, Oxford.
· Friedman, J. (1992), Empowerment. The Politics of Alternative Development, Blackwell Ed., Massachusetts.
· Longwe, S. H. y R. Clarke (1994), Women's Equality and Empowerment Framework, Unicef, Nueva York. Ed. en castellano: "El marco conceptual de igualdad y empoderamiento de las mujeres", en León, M. (comp.) (1997), Poder y empoderamiento de las mujeres, Tercer Mundo Editores, Santafé de Bogotá (Colombia).
· Mcwhriter, E. H. (1991), "Empowerment in Counselling", en Journal of Counselling and Development, nº 69.
· Moser, C. (1989), "Gender Planning in the Third World: Meeting Practical and Strategic Gender Needs", en World Development, vol. 17, nº 11.
· Moser, C. (1991), "La planificación de género en el Tercer Mundo: enfrentando las necesidades prácticas y estratégicas de género", en Guzmán, V. et al. (comp.), Una nueva lectura. Género en el desarrollo, Entre Mujeres, Lima.
· Parsons, R. J., Empowerment: Purpose and Practic Principle in Social Work, Social work with groups, 14/2:7-21, 1991
· Rowlands, J. (1997), Questioning Empowerment, Oxfam, Oxford.
· Titi, V. y N. Singh (1995), Empowerment for Sustainable Development: Towards Sustainable Development, Zed Books, Nueva York.

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