Parece
que se han publicado suficientes datos estadísticos, fieles a la
realidad , tanto en el mundo considerado desarrollado como en el
tercer mundo, que explican con claridad la existencia de la llamada
brecha salarial, es decir la diferencia de remuneración asignada a
las mujeres que desempeñan tareas laborales iguales a las de los
hombres.
Cabe,
pues, poca discusión sensata y desinteresada de esta realidad.
Ahora
nos gustaría incidir en la repercusión que este hecho tiene en el
futuro post laboral de las mujeres.
Después
de una vida dedicadas a las tareas domésticas , en un porcentaje
mayor que sus compañeros varones, a los cuidados de hijos, padres y
parientes (incluido el propio cónyuge) y de haber trabajado y
cotizado durante un largo periodo de tiempo, las mujeres se
encuentran con unas pensiones intolerables para poder vivir
dignamente, cuando no a sostener a toda la familia de la siguiente
generación en paro o condiciones laborales de miseria.
En
este contexto, los gobiernos deberían garantizar la protección de
todas las mujeres, primero estableciendo modelos de trabajo flexible
para hacer compatible la vida laboral con la familiar y después
evitando que sean las mujeres las primeras en ser expulsadas del
mercado laboral en cuanto aparece una crisis o se recuerda la
obligación de mantener los índices de natalidad.
Parece
que, en estos momentos, el desempleo juvenil está afectando, en todo
el mundo, más a las mujeres que a los hombres incluso en Europa
Septentrional y América del Norte.
Deseamos
que esas desigualdades en la calidad de empleo, que se traducen en
una verdadera brecha de género en lo que respecta al acceso a la
protección social y, particularmente a las prestaciones de
maternidad y de vejez, sean tenidas en cuenta por aquellos a quienes
corresponde legislar.
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