Dicen que las enfermedades y la muerte nos igualan, porque no diferencian entre clases sociales, conocimientos, ni género... vamos a suponer que esto fuera estrictamente cierto y que las probabilidades de contraer una enfermedad fueran las mismas en cualquier punto del planeta y para todas las personas.
Lo que sí nos diferencia claramente es la manera de enfrentarnos a la enfermedad y, ahí es donde radica la diferencia de género. La educación que hemos recibido las mujeres nos hace "ser para los demás" y nos volcamos tanto en sus cuidados que "olvidamos" cuidarnos a nosotras mismas. Incluso en períodos en los que estos cuidados resultan imprescindibles para nuestra supervivencia.
Esta situación genera estrés, que interviene en el desarrollo de la enfermedad; sin embargo, lo que un día aprendimos y hoy vemos como natural actúa en nuestra contra.
La buena noticia es que lo aprendido se puede desaprender, incluso sin padecer enfermedad alguna.
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